Trescientos sesenta y cinco días, ochomil setecientas sesenta horas e imaginaros cuantos minutos. Todo eso es un año, y qué puede ser un año. Un año.
Un año en que comencé este proyecto, me apreté el cinturón y los puños y empecé a caminar por mi cuenta y riesgo. Y ¿cómo va? ¿cómo acabará? Ni yo, ni vosotros cuando me leéis lo sabéis. Es lo bonito de la vida.
Hace un año empecé a trabajar en algo en lo creo, lo que me gusta, y en lo que puedo estar (y estoy) horas y horas que siempre saco más aprendizaje que esfuerzo desperdiciado.
Hace un año, empecé a dar pasos (y muchos tropezones, al fin y al cabo no nací sabida) para alcanzar un objetivo. Mi objetivo no es muy elevado, pero creo que es algo que cada vez nos cuesta más. Conseguir trabajar sabiendo que estoy haciendo algo bonito; conseguir trabajar explotando cada una de las cualidades en que me manejo bien, que soy buena; conseguir hacer lo que me gusta y a lo que me quiero dedicar y sobretodo conseguir valorar mi trabajo.
Si alguien me preguntara sobre mi experiencia, es cierto que le diría que la vida de una forma u otra me empujó a hacer mi propio negocio, pero que es algo que engancha. Saber que estás creando algo, que le das forma y que quién sabe, puede ser que tenga un gran futuro por delante, es embriagador.
Pero también diría que como todo en esta vida, no hay nada seguro, que da igual si tienes un empleo fijo o no, si estás por tu cuenta o no, todo puede acabar, todo puede cambiar, pero lo que creo que no debe cambiar nunca es las ganas de hacer las cosas, de poner lo mejor de ti en lo que haces y de sacar lo mejor de lo que te encuentras. Así que por mi parte seguiré poniendo mi alma en ello y quién sabe lo que encontraremos después.